Final de partida
Estamos en medio del festival de teatro y eso ayuda a escapar de la aburrida programación televisiva y las limitadas opciones recreativas –casi todas en pesos convertibles- de la noche habanera. Guiados por el drama y la comedia, intentamos disipar los problemas cotidianos, las desazones y las dudas que este guión del absurdo en que vivimos nos genera. Pero en esas salas en penumbras no siempre se logra la evasión, […] Leia mais
Da Redação
Publicado em 2 de novembro de 2009 às 10h16.
Última atualização em 24 de fevereiro de 2017 às 13h01.
Estamos en medio del festival de teatro y eso ayuda a escapar de la aburrida programación televisiva y las limitadas opciones recreativas –casi todas en pesos convertibles- de la noche habanera. Guiados por el drama y la comedia, intentamos disipar los problemas cotidianos, las desazones y las dudas que este guión del absurdo en que vivimos nos genera. Pero en esas salas en penumbras no siempre se logra la evasión, sino que pueden encontrarse las claves para volver sobre nuestra realidad y reinterpretarla.
El sábado se exhibió en el pequeño local del teatro Argos –calle Ayestarán esquina a 20 de mayo- la obra de Samuel Beckett “Final de partida”. Fuimos temprano para alcanzar espacio en las rústicas gradas de madera. Créanme que estar casi dos horas sin apoyar la espalda y sobre una dura tabla sólo se puede resistir si se trata de una magnífica puesta en escena. Pues bien, la de antenoche era del tipo que hace olvidar los calambres y el dolor en la cervical. Y no porque moviera al divertimento o a la risa, sino por generarnos esa angustia que nos mantiene en vilo, esa desazón humana que nos hace reparar en todo lo que nos falta.
Un anciano ciego y agonizante mantiene una relación de maltrato y sumisión con su sirviente, al que encierra en la rutina y el chantaje. Sobre una silla de ruedas, el caprichoso convaleciente quiere controlar todo lo que ocurre y utiliza los ojos de su súbdito para estar al tanto. Una enfermiza gratitud y la incapacidad de imaginar otras circunstancias de vida, hacen que Clov esté atado a su amo Hamm y que posponga el día de alcanzar su independencia. Desde una sucia ventana se ve el mar, señal de todo lo vedado que existe afuera, de todo lo que nos está prohibido experimentar.
Caminamos luego hasta la casa, traspasados por el desasosiego que nos dejó la puesta en escena. Fueron demasiado fuertes las paredes pintadas de negro, los gritos del déspota reclamando atención y asomarnos –con tanta crudeza y familiaridad- a “la naturaleza incalificable de las relaciones de poder, su misterio y su ritual de culpas, chantajes, imposiciones, perdones, manipulaciones…”*.
* Palabras de Carlos Celdrán, director de Argos Teatro, en el catálogo de la obra “Final de partida”, interpretada por Pancho García, Waldo Franco, José Luís Hidalgo, Verónica Díaz.
(Publicado emGeneración Y)
Estamos en medio del festival de teatro y eso ayuda a escapar de la aburrida programación televisiva y las limitadas opciones recreativas –casi todas en pesos convertibles- de la noche habanera. Guiados por el drama y la comedia, intentamos disipar los problemas cotidianos, las desazones y las dudas que este guión del absurdo en que vivimos nos genera. Pero en esas salas en penumbras no siempre se logra la evasión, sino que pueden encontrarse las claves para volver sobre nuestra realidad y reinterpretarla.
El sábado se exhibió en el pequeño local del teatro Argos –calle Ayestarán esquina a 20 de mayo- la obra de Samuel Beckett “Final de partida”. Fuimos temprano para alcanzar espacio en las rústicas gradas de madera. Créanme que estar casi dos horas sin apoyar la espalda y sobre una dura tabla sólo se puede resistir si se trata de una magnífica puesta en escena. Pues bien, la de antenoche era del tipo que hace olvidar los calambres y el dolor en la cervical. Y no porque moviera al divertimento o a la risa, sino por generarnos esa angustia que nos mantiene en vilo, esa desazón humana que nos hace reparar en todo lo que nos falta.
Un anciano ciego y agonizante mantiene una relación de maltrato y sumisión con su sirviente, al que encierra en la rutina y el chantaje. Sobre una silla de ruedas, el caprichoso convaleciente quiere controlar todo lo que ocurre y utiliza los ojos de su súbdito para estar al tanto. Una enfermiza gratitud y la incapacidad de imaginar otras circunstancias de vida, hacen que Clov esté atado a su amo Hamm y que posponga el día de alcanzar su independencia. Desde una sucia ventana se ve el mar, señal de todo lo vedado que existe afuera, de todo lo que nos está prohibido experimentar.
Caminamos luego hasta la casa, traspasados por el desasosiego que nos dejó la puesta en escena. Fueron demasiado fuertes las paredes pintadas de negro, los gritos del déspota reclamando atención y asomarnos –con tanta crudeza y familiaridad- a “la naturaleza incalificable de las relaciones de poder, su misterio y su ritual de culpas, chantajes, imposiciones, perdones, manipulaciones…”*.
* Palabras de Carlos Celdrán, director de Argos Teatro, en el catálogo de la obra “Final de partida”, interpretada por Pancho García, Waldo Franco, José Luís Hidalgo, Verónica Díaz.
(Publicado emGeneración Y)